El año del cometa Halley

1910, mientras en España Alfonso XIII encomienda a José Canalejas, del Partido Liberal, la presidencia del consejo de Ministros, Jacques Cousteau emergía de las profundidades del vientre de su madre. Entretanto León Walras, uno de los padres de la teoría economía del equilibrio general, fallecía en Suiza. También se apagaban las velas de las artes de los maestros Twain y Tolstói. México se revolucionaba, mientras el Japón imperialista se anexionaba Corea y en las calles de todo Portugal soplaban aires republicanos, que daban al traste con la monarquía de los Braganza-Wettin, relegando a Manuel II al exilio en Inglaterra.

Pero por el firmamento un cuerpo celeste surcaba los cielos una noche de abril. Se trataba del Cometa Halley, aquel que volviera pasar por el año 1986 e iluminara los ojos de quienes lo disfrutamos con su paso. Pocos días después, en el mismo abril de 1910 la Tierra traspasó las trazas de la estela de su cola, provocando un magnífico espectáculo en los cielos. Un hecho que marcó el año, ese mismo año 1910 que rezaba una botella decantada, a la espera de ser disfrutada.

De una pequeña isla en medio del Atlántico, de nombre mítico para los amantes del vino, Madeira nació la uva Sercial que se vinificara de esa forma tan especial que le confiere el método canteiro de crianza, que durante 20 años de maduración les da a esos vinos fortificados esas propiedades ideales para una vida tan prolongada. Y que 99 años después su cata nos traslada a ese 1910 dónde acontecieron miles de actos y hechos de la humanidad, entre alguno de ellos los anteriormente mentados, remarcados en el vitalismo historiográfico de quién tiene la oportunidad de probar un superviviente de esas fechas, cómo de quién disfruta de antiguas fotografías o libros que nos ilustran de lo acontecido durante ese año.

Pero, ¿qué nos dice esa botella a parte de trasladarnos en el tiempo? Comercializado por la casa Barbeito, bien pudiera ser que esta Sercial procediera de los viñedos del Jardim da Serra, pero el hecho que la casa no se fundara hasta 1948 y la dificultad de identificar al proveedor a quien compró la uva su anterior dueño dificultan el dar origen a su uva. No obstante en cata, su visual oscura entre el rojo cereza y el ámbar, con tonalidades caobas denotan que estamos ante un vino añejo, pero vital. Muy limpio, que a pesar de su edad, presenta una concentración de depósitos que permite una fácil decantación. Su nariz, caracterizada por su estirpe más seca, similar a la de los Olorosos jerezanos menos golosos, presenta un bouquet de matices entrelazando las caobas más nobles con los frutos secos más selectos, el fondo caramelizado marcando el conjunto y con la elegancia e intensidad cómo estandartes. En boca su nervio desaforado refresca y prolonga el placer de sus aromas y sabores. Textura y densidad matizadas, sin estridencias empalagosas. Y su final, portentoso, seguramente mostrando una de los retronasales más intensas que recuerde, sólo superada por las que eclosionan al disfrutar de los Amontillados sanluqueños, le hacen afirmar a uno, sin riesgo de equivocarse que este vino estaría en magníficas condiciones al nuevo advenimiento del cometa, por allá el año 2061.

Para quien busque la eternidad en un vino, Madeira es su reino.

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