Rüdesheim por tierra, río y aire

Al día siguiente el punto de encuentro se situaba en el carillón del Rüdesheimer Schloss dónde nos encontraríamos con Heinrich Breuer quién, juntamente con su sobrina Theresa, han cogido las riendas del negocio familiar, en todas sus vertientes, tanto en la bodega cómo con la gerencia de los hoteles y restaurantes que poseen en Rüdesheim.

De allí nos fuimos a visitar una parte de la bodega subterránea, dónde reposan los toneles y depósitos de acero inoxidable para los Rieslings, junto al botellero donde los Breuer guardan parte de su bodega privada. Ambiente húmedo, muy húmedo, excesivamente húmedo, dónde los vinos reposan tras la fermentación y dónde uno no puede acabarse de imaginar trabajando con esas condiciones en pleno invierno, cuando más aprieta el frío. Breves explicaciones sobre la vinificación y realizamos otro salto a otra de las instalaciones, recientemente acondicionadas, dónde se vinifican los Pinots, tanto tintos cómo blancos. Sorprende al más profano en la materia encontrarse en uno de los corazones de la Riesling barricas de roble que rezan nombres como Radoux o François Frères, pero son las cosas que tienen la cada vez mejor salida comercial que reciben los Spätburgunders, Grauburgunders y Weissburgunders.

En las mismas instalaciones, aprovechamos la sala de catas acondicionada para probar sus 2007, algo que nos sorprendió ya que parece que el tirón comercial de esta gran añada no ha ido acorde con la calidad de la añada. Sus secos 2007 son vibrantes y delineados, destacando un Berg Rottland salvaje, aunque su cata ahora mismo se convierte más en un ejercicio técnico que placentero. Algo más críticos fuimos con un dulce que vinificaron en una barrica de roble el año 2003, y se embotelló bajo el nombre de Elysum BA 2003. Un Beerenauslese de año complicado sin sentido.

Sosegadas nuestras ansias, nos dirigimos al telesilla que nos llevara al Niederlwald, monumento histórico germánico, situada en la cima de la ladera de Rüdesheim. El trayecto nos permite observar una preciosa panorámica, dónde se aprecian Berg Rottland, Berg Roseneck y Berg Schlossberg al Oeste y la preciosa Abadía de St. Hildegard al Este, atravesando los viñedos de Rosengarten, Bischofsberg y Drachenstein, dejando atrás Rüdesheim. La idea es llegar a este punto más elevado y atravesar caminando los viñedos hasta llegar al castillo de Ehrenfels, castillo que da nombre a la montaña del castillo de la montaña (es lo que tiene de enrevesado el alemán, que para traducir Berg Schlossberg hay que hacerlo en modo bucle). Bajamos por Drachenstein dónde podemos disfrutar del trabajo en viña mediante tractor, dirección a Berg Roseneck siguiendo una pista que nos llevara a Berg Schlossberg, en dónde las pendientes van ganando en inclinación y los suelos se componen de mayor proporción de pizarra desmoronada, junto a cuarcita. Y es que en su formación el Rin encontró entre Wiesbaden y Bingen una pared de cuarzo que no le permitió avanzar hasta encontrar aquí la pizarra que le llevara por el Mittelrhein.

Estábamos en pleno día soleado de agosto y eso se notaba, ya que andamos un par de kilómetros por algunas de las 30 hectáreas que posee la bodega, 23 aquí, en Rüdesheim y 7 hectáreas en Rauenthal y necesitábamos un refrigerio que nos aliviara el paseo bajo el sol. En la parte más occidental del viñedo, mirando a Bingen, había preparada una mesa y aprovechamos para almorzar allí. Buenas vista, buen vino, mejor compañía y un buen tazón de sopa caliente de verduras. ¿Qué más se puede pedir?

Descansados, proseguimos nuestra marcha atravesando antiguos bancales y terrazas, dónde antaño habían plantados viñedos, abandonados por su alto coste y dificultad de trabajo y cada vez más escondidos por el bosque. Íbamos dirección a Assmannhausen, pueblo dónde se concentran los mejores viñedos de Spätburgunder de la región, con el pago Höllenberg a la cabeza. Allí cogeríamos un ferry de vuelta hacia Rüdesheim, para poder contemplar la ladera con una magnífica luz de atardecer.

Un paseo por el Rin, cuyo tráfico fluvial nos sorprendió por lo denso, pasando por la desembocadura del Nahe en Bingen, dejando el Hesse Renano a nuestro estribor. Este trayecto nos llevaría de vuelta a la ciudad, recargando nuestras pilas, agradeciendo a los Breuer el trato que nos habían dispensando, con las maletas preparadas para dirigirnos al día siguiente al Nahe.

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